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30/1/12

Un vistazo rápido al motivo primario de hambre y la conducta de ingesta

En el ámbito psicológico, un motivo es una necesidad o deseo específico que impulsa al organismo a realizar una serie de acciones dirigidas hacia una determinada meta que tiene que ver con la satisfacción de esa necesidad. Quizá la clasificación más sencilla es la que distingue entre motivos primarios o biológicos, y que es donde mejor se ve la definición que hemos dado de motivo, y motivos secundarios o aprendidos, en los cuales no es tan obvia o no está tan clara la base fisiológica. Hoy en Neomente veremos someramente por qué tenemos hambre y por qué comemos, deteniéndonos a observar que lo segundo no siempre se produce a consecuencia directa de lo primero.


Uno de los motivos primarios más importante, más investigado y más utilizado en experimentanción básica es el motivo de hambre. La comida es un importante incentivo y quizá el más utilizado en la investigación con animales, los cuales adquieren muy fácilmente y muy rápido las conductas de interés para el investigador y las cuales son reforzadas con comida. Claro que ello exige previamente privar al animal de alimento según un programa de refuerzo concreto. Espero que esto no hiera excesivamente la sensibilidad ecologista.

El motivo de hambre forma parte del sistema fisiológico responsable de regular distintos aspectos del medio interno del organismo, como el aporte energético y nutritivo, de acuerdo al modelo homeostático de explicación de este motivo y según el cual el organismo se autorregula según diferentes mecanismos cuya finalidad es la de mantener los distintos parámetros fisiológicos en unos niveles adecuados para que todos los sistemas del organismo funcionen bien. En otras palabras, la homeostasis tiene que ver con el mantenimiento constante del equilibrio del medio interno del organismo, para lo cual es necesario poner en marchar conductas de ingesta de nutrientes que prevengan el déficit de energía y provean al organismo de los elementos necesarios para llevar a cabo la tarea explicada.

Podemos decir que el hambre tiene un carácter autorregulatorio a corto plazo, ocupándose de la ingesta de comida y de la saciedad por medio de señales específicas para las sensaciones de hambre y saciedad; y a largo plazo, basado en la regulación del peso corporal mediante la existencia de ciertos puntos de ajuste que tienden a equilibrar los distintos factores que afectan al peso corporal estabilizándolo con el tiempo. Se han propuesto dos hipótesis para la explicación a corto y largo plazo de la regulación de la alimentación. Por un lado, la hipótesis glucostática propone que la señal para el hambre es la disminución de la glucemia (niveles de glucosa en la sangre). Por el otro, la hipótesis lipostática propone que existen señales, como la insulina, que el cerebro detecta y que afectan al apetito y la ingesta y que estaría relacionada con el mantenimiento del peso corporal, pues estas señales serían proporcionales a la cantidad de grasa almacenada.

En el cerebro, es el hipotálamo quien controla de forma automática la información sobre el estado interno del organismo. En relación con el hambre, concretamente dos regiones, el hipotálamo lateral (HL) y el hipotálamo ventromedial (HVM), a las que actualmente se han sumado el núcleo paraventricular (NPV) y ciertas regiones de la corteza cerebral y la médula espinal, regulan la ingesta de alimentos. Experimentalmente, se observó que cuando se lesionaba el HL de los animales, estos dejaban de comer, mientras que si lo que se lesionaba era su HVM, comían en exceso llegando incluso a desarrollar obesidad (pero no debemos deducir que la obesidad se explica entonces por un mal funcionamiento de este centro hipotalámico, porque la obesidad es un síndrome multicausal muy complejo).


Ahora bien, es un hecho que, si bien la conducta de comer es fundamental para la supervivencia, siendo un motivo que compartimos con los demás animales, los seres humanos no comemos siempre para suplir carencias. El aprendizaje, las características de la comida y los factores sociales y culturales pueden suscitar en nosotros la conducta de comer sin que exista un desequilibrio homeostático para ello.

La ingesta de comida es también un proceso de recompensa que interactúa con ciertas estructuras y sistemas que favorecen el placer y el reforzamiento de gustos y costumbres que tienen que ver con las preferencias y aversiones adquiridas por condicionamiento clásico a lo largo de la vida y que tienen un valor funcional y a veces incluso adaptativo. La asociación de un sabor con la percepción de sus consencuencias es un mecanismo que sirve de protección frente a posibles alimentos tóxicos. Evitamos alimentos que asociamos a malestar. La investigación experimental ha puesto de manifiesto que basta una sola experiencia negativa con un alimento para adquirir aversión, y que incluso ésta puede producirse aunque sepamos que ese alimento concreto no ha sido el responsable. También cabe considerar el hecho de que tendemos a evitar lo desconocido, lo que puede servir para protegernos de ingerir posibles tóxicos por error ("más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer"). Un ejemplo de preferencia adaptativa puede ser el gusto por las especias en climas cálidos, ya que las especias al parecer inhiben el crecimiento bacteriano, o las náuseas del embarazo, que protegen al embrión de ciertas comidas que podrían ser dañinas para él. También existen ciertas preferencias que son genéticas y universales, como la preferencia por los sabores dulces y salados, cuyo significado funcional se ha relacionado con la presencia de nutrientes, y el rechazo por los sabores amargos y ácidos, que aunque no se ha podido demostrar que sea innato, se ha relacionado con alimentos venenosos, tóxicos o en mal estado.

Las características de la comida y factores sociales y culturales también pueden ocasionar que comamos sin haber necesidad orgánica para ello. La palatabilidad de los alimentos es una característica que hace referencia a su valor hedónico y está determinada por su olor, aspecto, sabor, textura y temperatura, los cuales atraen nuestra atención y nos inclinan a comer aunque estemos satisfechos. La variedad y cantidad de los alimentos aumentan también la ingesta. Se ha comprobado que independientemente de otras variables, comemos más si hay más variedad y cantidad de alimentos sobre la mesa que en el caso contrario. Esto se ha relacionado funcionalmente con la necesidad de nuestro organismo de proveerse de distintos nutrientes. También se ha visto que comemos más si estamos acompañados de otros comensales que también están comiendo que cuando estamos solos. Redd y De Castro (1992) comprobaron que se producía un incremento hasta del 60% en la ingesta de comida cuando ésta tenía lugar en presencia de otros. Tampoco comemos lo mismo o la misma cantidad a la hora del desayuno que a la del almuerzo. Y también debemos señalar que los usos y preferencias alimenticias y los horarios de las comidas varían según las culturas. Es un hecho que los ingredientes usados y el gusto por determinados sabores son en gran parte culturales.

En general, podemos decir que la forma en que vamos a reaccionar en presencia de comida depende, no solo de que se tenga hambre por la existencia de un desequilibrio homeostático, sino también de las experiencias aprendidas con la comida, de sus características y de factores socioculturales. Todo ello junto es lo que determina lo que comemos y en qué cantidad.

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