Fragmento de la introducción al tema 4 ("La evolución") del manual Fundamentos de Psicobiología, de varios autores, editado por Sanz y Torres y publicado en 2009:
En el siglo XIX, Charles Darwin y Alfred Wallace, de manera independiente, descubren el mecanismo mediante el cual se produce la evolución: la selección natural. En 1859 Darwin publica su obra El origen de las especies, en la que sienta las bases de la actual teoría de la evolución y, con ello, el marco científico en el que desde entonces se encuadran todos los descubrimientos que amplían y corroboran la explicación dada por Darwin de la diversidad y el porqué de la evolución de todos los seres vivos.
En los siglos XVI y XVII Nicolás Copérnico, Galileo Galilei e Isaac Newton revolucionaron la forma de pensar y ver el mundo de la gente de su época al poner de manifiesto que ni la Tierra era el centro del universo, ni que éste era un lugar estático y hecho a nuestra medida. Hubo que esperar casi dos siglos a que Charles Darwin asestara el último golpe a la vanidad humana y a su visión antropocéntrica del mundo. El hombre, que parecía quedarse al margen de tanto cataclismo cosmológico precedente, era también destronado al proponerse como un eslabón más en la cadena evolutiva y peor aún para algunos ¡era descendiente del mono! Todo ello, lógicamente, ponía en tela de juicio la propia naturaleza humana y las convicciones más profundas y, hasta ese momento, sólidas, de una sociedad eminentemente religiosa, propiciando un sinfín de críticas y descalificaciones, alguna de las cuales aún perduran.
Pero la idea trascendente de la vida y el origen especial que muchas personas atribuyen al hombre, hace que los detractores de la teoría de la evolución sigan esgrimiendo, hoy en día, inconsistentes argumentos ajenos al ámbito científico, pues ningún hecho empírico ha permitido refutar o falsar la teoría de la evolución ni sustentar el desarrollo de una teoría científica alternativa. Uno de los argumentos esgrimidos en su contra es que esta teoría no está plenamente demostrada. Sin embargo, este argumento carece de sentido, ya que eso es algo que le ocurre, no solo a la teoría de la evolución, sino a todas las teorías científicas, pues todas están en mayor o menor medida a falta de ser corroboradas en todo espacio y tiempo, pero no por ello pierden su valor predictivo, explicativo y de aplicación al universo conocido. Otro tipo de críticas se sustentan en meras opiniones que, como el caso del creacionismo o su nueva versión reeditada bajo el título de Diseño Inteligente, no se apoyan en hechos empíricos sino en creencias religiosas. Para muchas personas la fe da esperanza y trascendencia a la vida humana, pero esos sentimientos y creencias pertenecen al ámbito privado y subjetivo. Las opiniones sirven para el debate ideológico pero no para el científico, en el que solo los hechos objetivos y verificables por observación y experimentación son los que cuentan.
Otra fuente de crítica o mala interpretación de la teoría de la evolución se sustenta en el mero desconocimiento de la acepción que se da en el ámbito científico a los términos evolución y teoría. Así, el término evolución, por sus amplias acepciones (cambio, transformación, marcha, crecimiento, orientación, progreso, dirección o tendencia, etc) lleva a algunas personas a darle a la evolución una errónea interpretación finalista. Sin embargo, en el contexto de la teoría de la evolución, el término evolución se utiliza para describir el cambio en la diversidad y adaptación de las poblaciones de organismos o la transformación de unas especies en otras y nunca para poner de manifiesto una idea de progreso, orientación, dirección o finalidad. La selección natural es totalmente oportunista.
El término teoría también es mal interpretado en este contexto cuando se le da su acepción vulgar, es decir, con la que designan afirmaciones especulativas no corroboradas empíricamente (algo parecido a lo que en ciencia se conoce como hipótesis). Sin embargo, en el contexto científico, una teoría es un enunciado explicativo y universal, sustentado por un conjunto de leyes científicas que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos. En este ámbito, la teoría de la evolución es un conjunto de leyes matemáticas y funcionales que nos sirven para explicar la diversidad de seres vivos y su causa. Lógicamente, como toda teoría científica, está sujeta a constante crítica y comprobación experimental y observacional de sus leyes. Como señalaba ya en 1994 el biólogo Francismo Ayala: «el origen evolutivo de los organismos es hoy una conclusión científica establecida con un grado de certeza comparable a otros conceptos científicos ciertos, tales como la redondez de la tierra, la rotación de los planetas alrededor del sol o la composición molecular de la materia. Este grado de certeza, que va más allá de toda duda razonable, es lo que señalan los biólogos cuando afirman que la evolución es un hecho. El origen evolutivo de los organismos es un hecho aceptado por los biólogos y por todas las personas bien informadas sobre el asunto.»
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